Relato Marco

Relato creado para NaNoWriMo 2005.

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Lugar: Madrid, Madrid, Spain

Filólogo, estudiante de antropología y autor amateur de cuentos y novelas fascinado por la literatura popular.
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sábado, 12 de noviembre de 2005

6. En todo cuento hay un dragón.

—Te recuerdo la historia de la Perla para que consideres que quizá aquellos dos exploradores, Gualterio y Alonso, que se hallaban ante la boca de un túnel oscuro y hediondo, estuvieran ante la guarida de un dragón parecido al que vivía en la cima del monte Izando; y, de hecho, Alonso estaba seguro de que encontrarían alguno, pues es sabido que los dos manjares que producen mayor deleite a los dragones son el corazón de una muchacha joven y hermosa y el Fruto Sagrado.
»Así que Alonso, al que dejamos entrando en la cueva, con la espada desenvainada y arrastrando de la brida a su receloso caballo, dijo a Gualterio:
»—Un dragón ha de haber aquí, a juzgar por el hedor. Es el momento de elegir: retrocedemos, y demostramos la flaqueza de nuestros corazones, pero vivimos, o penetramos en esta cueva, esperando encontrar una salida al otro lado.
»—¿Venir hasta aquí, para ahora retroceder como dos niños asustados? Eso nunca. La sangre de Albión no es como el agua en que se templa la espada, que hierve un momento para luego amansarse. Si hay un dragón hoy, mañana habrá un muerto, dragón o caballero.
»—¡Esa es la manera de hablar de los hombres! Ahora sé que puedo confiar en vos. Entremos con los caballos hasta donde sea posible; si el dragón los devora, podremos acabar con él mientras sacia su apetito. Por otro lado, tengo esperanza de que el túnel tenga una salida, pues el suelo se ve apisonado, y las altas bóvedas de esta gruta parecen haber sido excavadas por mano humana.
»En efecto: en diversos lugares, se veía que aquel túnel había sido ampliado como para permitir el paso de un grupo de gentes a caballo. Sin embargo, no se veían huellas de herraduras en la arena, aunque sí unos surcos serpenteantes que hacían sospechar lo peor.
»A pesar de la multitud de revueltas, el túnel seguía manteniendo constantemente la misma amplitud y una altura suficiente para las caballerías; el suelo, por otro lado, daba la impresión de haber sido nivelado artificialmente en el pasado, pues no era normal encontrar tanta arena una vez se había penetrado profundamente en él. De vez en cuando, alguno de los dos encontraba una marca de cantero que les confirmaba en la suposición de que, en algún momento del pasado, una ruta principal había discurrido a través de aquella montaña.
»Los dos caballeros caminaban en relativo silencio; los cascos de los caballos, amortiguados por el lecho de barro, arena y excrementos de murciélago, se oían como un rumor suave, interrumpido, de vez en cuando, por un "¡mirad!" o un bufido de los caballos.
»Poco a poco, el olor a carne en descomposición fue transformándose en un olor a huevos podridos. Sabían lo que significaba. Se acercaban a su objetivo: estaban oliendo el sulfuroso aliento del dragón. Entonces se dieron cuenta de que hacía ya un rato que no notaban el frescor de la gruta. De hecho, habían comenzado a sudar, y la temperatura se elevaba por momentos.
»Ataron los caballos a una estalactita; bebieron un sorbo de agua y rezaron, cada uno a su dios. Apretaron las cinchas de sus cotas y embrazaron sus escudos: el Capitán una gran tarja, que había traído en previsión de los dragones, y el de Albión su broquel, que roció con agua para evitar que lo quemaran las llamas de las fauces de aquella bestia. Después, tomaron sus espadas.
»—Quisiera —dijo Escoto— que ésta fuera como aquella que a un rey de nuestra tierra, dicen, le había sido guardada por una roca. O como aquella otra Durandarte que, dicen, fue capaz de partir una peña.
»—En cuanto a mi, aunque mi espada haya sido bendecida por el mismo Padre, confío más en matar a la bestia desde lejos.
»Así que pidió a Gualterio que le ayudara a trasladar unas jabalinas que había acarreado, junto a la tarja, en las alforjas de su caballo.
»Creyeron que encontrarían a la serpiente tras la siguiente revuelta, que se hallaba a pocos pasos de allí, pero todavía caminaron un trecho antes de ver el resplandor rojizo que produce la respiración de un dragón.
»Alonso, cubierto por la tarja, entró en la cámara donde se encontraba el dragón, despierto, pues sin duda los había olido. Lanzó una jabalina y, mientras Gualterio se disponía a lanza otra, tomó su espada y comenzó a moverse, gritando, para llamar la atención de la bestia. Gualterio, tras comprobar que las jabalinas que arrojaba rebotaban en las escamas del dragón, optó por deslizarse tras él.
»Mientras tanto, la bestia arrojaba su fuego sobre Alonso, que no podía asomar su cabeza por encima de su gran escudo, y había de retroceder constantemente ante los embates del gusano que, con las garras delanteras, trataba de desgarrar la tarja y a quien se ocultaba tras ella. De repente, Alonso, caminando de espaldas para alejarse del peligro, tropezó con una estalactita, y cayó al suelo, quedando sin protección. El monstruo puso sobre él su zarpa, y se dispuso a devorarlo.
»Pero, en aquel momento, un grito llamó su atención. Volvió su cabeza en el preciso instante en que Gualterio cortaba con su espada los tendones de su axila; la zarpa quedó inmóvil, pesando sobre el Capitán, pero no tanto que éste no aprovechara la sorpresa del dragón para levantarse y hundir la hoja de su arma encantada en el cuello escamoso del gusano, cuya cabeza se desplomó sobre el suelo. Victoria..
»—No conozco las leyendas de esta tierra —dijo Gualterio— pero en la mía dicen que la piel de aquel que se frota con la sangre de un dragón adquiere la dureza del cuero.
»—Creo que nada se pierde por hacer la prueba. —repuso Alonso.
»Tras untarse con la sangre del dragón, y viendo que por allí no había —al contrario de lo que los cuentos hacen suponer— ningún tesoro, buscaron por los alrededores los restos de las presas del dragón, para averiguar cuándo había probado por última vez la carne humana.
»Aunque había numerosas osamentas por los alrededores, los restos humanos parecían muy antiguos; algunos estaban prácticamente reducidos a polvo, lo que confirmaba la opinión común de que el dragón es un ser longevo. Junto a algunos huesos se veían hojas de espada cubiertas de orín, lanzas podridas, trozos metálicos vagamente triangulares que podrían haber sido puntas de flecha.
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Relato creado para NaNoWriMo 2005
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